viernes, 8 de mayo de 2015

RECOMIENDO

DOS CUENTOS BELLOS!

Aca les paso dos cuentos de dos escritores bien nuestros, santafesinos y geniales.
Yo los calificaría de "cortazaresos infantiles" y les pongo 10 puntos, sellito de palomita Felicitaciones y un re ME GUSTA con pulgar arriba.
Ideal para leer a los chicos antes de dormir...



La Pilaraña ataca por primera ¿y última? vez,  de Beatriz Actis

Cuando tiene hambre, la Pilaraña (que es un bicho horrible) silba. Ni abre la boca, ni le hace ruido la panza ni se le junta saliva entre los dientes. Silba para despistar. Siempre anda por ahí algún Cascaroso distraído, de ésos que a la Pilaraña le gustan tanto, y se para a escuchar cómo la monstrua se silba un tango.

  Entonces ella lo engancha del cuello del saco con una uña y se lo acerca a los anteojos para estar bien segura de que es un Cascaroso en buen estado, y se lo come. Sin masticar.

  Por suerte, todos los Cascarosos (grandes y pequeños, raquíticos y obesos, sabihondos e ingenuos, santafesinos, cordobeses, porteños y de donde fueran) han hecho el Curso Práctico de Supervivencia en Panza de Pilaraña.

  Una vez tragado por la Pilaraña, el Cascaroso prende un fósforo mientras cae por el esófago y ya en la panza abre el manual de bolsillo con las principales instrucciones:

“1ro. Encender un fósforo;

2do. Abrir el manual;

3ro. Leer el punto 4”.

  “Uf”, piensa el Cascaroso adentro de la panza.

“4to. Tragar mucho, mucho aire y después soplar, en lo posible, en forma de estornudo”.

  Cascaroso estornuda, y el fósforo se apaga. Todo es oscuridad y silencio. Hasta que empieza a oírse un retumbar de cascos de caballos, de soldados montados, de ejércitos... (Los Cascarosos tienen mucha imaginación). Pero es la Pilaraña que empieza a reírse por la cosquilla interior. Y se ríe tanto, tanto, y abre tanto la boca para reírse que el Cascaroso trepa y salta, y ya está de nuevo en el mundo, sacudiéndose la ropa y acomodando en su bolsillo el práctico manual.

  Después se escapa lo bastante lejos como para que no vuelvan a atraparlo así nomás.

  Mientras tanto, a la Pilaraña se le pasa la risa y se pone a llorar.

  Secándose las lágrimas, camina hasta el kiosco de la esquina y se compra un libro que se llama: “Cómo ser burlada por un Cascaroso y no sentirse una pavota”.

  Se sienta en un banco de la plaza y se pone a leer.
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 GIRALUNA, de Eduardo Gudiño Kieffer
Había una vez un inmenso, inmensísimamente inmenso campo de girasoles. Era como una luminosa alfombra amarilla, tendida desde la orilla del camino hasta más allá del horizonte. Era un campo de girasoles orgullosos. Cada uno quería ser el primero y se empujaba para ser más alto que el otro. Ni siquiera se hablaban.

Sólo les importaba crecer y crecer, amarillear cada vez más radiantes y siempre girando para no perder de vista al Sol. El Sol no les llevaba el apunte, seguía su camino tan alto, tan solo.
Así durante el día. ¿Y durante la noche?
Cuando el Sol se ocultaba los girasoles no tenían nada que hacer. Mustios y aburridos, se doblaban sobre sus tallos, bostezaban, y se quedaban dormidos hasta el nuevo amanecer. Entonces, cuando el Sol aparecía, los girasoles empezaban a levantarse.
Entre tantos girasoles había uno que nació más tarde. Por más que se estiraba y se estiraba, no lograba asomar su cabecita paliducha por entre la de sus hermanos. Y ni siquiera podía imaginarse cómo era ese Sol tan admirado, tan elogiado, tan adorado. Solamente por la noche, cuando los demás se dormían, nuestro girasol pequeñín podía ver el cielo. Entonces, por supuesto, el Sol ya no estaba, su tibieza y su luz ya no estaban.
Sin embargo otra luz, envolvía las copas de lejanos eucaliptos. Esa luz provenía de un disco de plata que navegaba entre millones de estrellas.
Esa luz misteriosa decía: “No soy el Sol, soy la Luna. Tengo mil nombres más, todos sagrados. Soy la diosa blanca que ordena las mareas y distribuye las lluvias. Soy la que vigila el crecimiento de las plantas y de los animales.”
El pequeño girasol se dejaba mecer por esas misteriosas palabras lunaluneras, que le sonaban como una extraña canción. La flor giraba su corola-coronita de plata, la seguía y la escuchaba:

“No sólo el Sol, girasol, no sólo el Sol, te da lo que le pidas. También yo, Luna, tan generosa como ninguna, soy dueña de la vida. Si tus hermanos son para el Sol, girasol, vos sos para la Luna. Y nadie te dirá nunca más girasol, te dirán Giraluna.”
Ahora alguien lo conocía. Alguien le hablaba. Alguien se ocupaba de él. Alguien le había dado un lindo nombre: Giraluna.

Y así siempre. Porque en el Universo hay lugar para todos. Porque en el tiempo caben el día y la noche, las cuatro estaciones, el Sol, la Luna y todos los hombres del mundo. Porque los altos y los bajitos, los flacos y los gorditos, los lindísimos y los no tanto… todos tienen algo que hacer, algo en que pensar, alguien a quién querer para poder ser. Se llamen Girasoles o Giralunas.

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