jueves, 11 de junio de 2015

RECOMIENDO

ENSEÑAR CON EL EJEMPLO



Dicen los que saben, por Maritchu Seitún*

Nuestros chicos tienen que aprender a saludar, a quedarse sentados en la mesa, a ordenar, a comer bien, a decir por favor y gracias, a espera su turno, a no decir malas palabras, a no meterse los dedos en la nariz y a no tocarse los genitales en público, a comer con la boca cerrada, y mil temas más, que no necesitan resolverse todos antes de los  tres años de vida, pero tampoco a los dieciséis….
El primer ingrediente, y algo fundamental, es nuestro ejemplo.  Los chicos aprenden desde el comienzo por imitación, gracias a unas maravillosas neuronas llamadas espejo que repiten lo que ven  (dentro de sus cabecitas) con la condición de que la conducta observada tenga una intencionalidad; así van “archivando” experiencias a las que podrán acudir a medida que las necesiten.  A la edad de año y medio, dos vemos muchas imitaciones: manejan un auto de juguete, se peinan, retan a sus muñecos, o les dan de comer, se van a trabajar, repitiendo siempre las acciones simples de sus padres.
El segundo ingredientes es la maduración: es casi imposible que un chiquito a los dos años se quede sentado conversando en la sobremesa, que a los tres recuerde lavarse los dientes antes de ir a dormir, que a los cuatro se ponga a ordenar su juguetes por iniciativa propia, junte su ropa sucia y la lleve al lavadero después de bañarse, o que a los cinco sepa exactamente cuándo puede decir una mala palabra y cuándo no puede hacerlo. 
Lo que suelo ver en las consultas son padres que retan mucho y apabullan a sus hijos con sus indicaciones en relación con varios temas simultáneos, sin medir las reales posibilidades de ese hijo de responder a esas expectativas.  Y veo padres, en el otro extremo de la escala, que no hacen nada al respecto, porque los ven chiquitos, o para que no sufran, o para que no se enojen, ¡o porque no tienen ganas!, suponiendo que la maduración y el ejemplo van a ser suficientes. 
Lamentablemente  no alcanza con eso. Por eso el tercer ingrediente es también indispensable: ir enseñando conductas adecuadas. El arte está en ir pidiéndoles cosas para las que creemos que están preparados, de a una, sin aturdirlos, acompañando nosotros el proceso, es algo parecido a aprender a hacer malabares con bolos, empezamos por uno y cuando los vemos listos vamos agregando otro,  con tiempo y paciencia, para introducir uno nuevo sólo cundo el anterior haya sido incorporado.

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